Cuando cogemos un hielo con la mano, al cabo de unos segundos, experimentaremos una sensación de quemazón que nos hará retirar la mano enseguida.
La respuesta a por qué sucede esto se encuentra en nuestro cuerpo. Nuestro organismo está compuesto por células vivas que requieren unas determinadas condiciones ambientales para continuar viviendo: unos grados de salinidad y acidez adecuados, disponer de nutrientes y una temperatura adecuada.
Al someter a nuestras células a unas condiciones ambientales extremadamente bajas se mueren, produciendo heridas similares a las que producen las quemaduras. Los receptores de la piel a su vez, enviaran señales al cerebro que interpretará esa señal de dolor de forma subjetiva. Con lo cual, determinadas acciones realizadas sobre nuestros detectores de temperatura, como puede ser una fuerte presión o coger una bola nieve o un cubito de hielo, pueden llegar a ser interpretados como una sensación de calor.
Asimismo, como en el caso de las quemaduras por altas temperaturas, el objeto frío debe reunir ciertas características para producir daños. Debe tener una temperatura baja y una conductividad térmica alta para que la velocidad de pérdida de calor sea mayor a la de generación de calor en los tejidos vivos.
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